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Almanaque, 4 de marzo de 2022

Nos creemos que la vida actual, dinero, abundancia, viajes, es lo más normal. Pero hace apenas 50 años, nada de eso existía. En los 80 viví unos meses en el «llogaret» de Ruberts. Y conocí a algunos supervivientes de aquel mundo antiguo.

LA CALLE DE PEPE

Llovía, pero Pepe seguía sentado en la entrada de su casa. Nunca olvidaré su expresión. Me recordaba aquellos retratos de jefes indios. El rostro muy marcado por las arrugas, los ojos inescrutables. El ceño fruncido en una mueca entre impertérrita y algo doliente. Con el labio inferior adelantado.

Cada tarde sacaba una silla de su casa y la colocaba delante de la pared de piedra. Llevaba a todas horas un sombrerito algo mugriento, que además le quedaba pequeño. Pero en lugar de resultar ridículo, le confería una extraña majestad.

Pepe era uno de aquellos payeses de otra época. Miraba hacia el final de su calle, que no llega a los veinte metros y desemboca en un almendrar, y quién sabe lo que veía. Se pasaba horas en silencio, las manos cruzadas sobre las piernas, grandes y sarmentosas. Con la misma mueca y el sombrerito calado. Incluso cuando llovía.

Algunas veces contaba historias que sonaban a un pasado remoto. Cuando «devallava a Palma» en carro, invirtiendo todo un día en el trayecto. Los «anys de sa fam», la primera radio que trajo noticias del mundo al caserío.

Luego sonreía afable y volvía a encerrarse en su mundo. Soportando la lluvia. Como si no existiera. Igual que el tiempo.

Pepe era uno de aquellos payeses de otra época. Se pasaba horas en silencio, las manos cruzadas sobre las piernas

Hoy, la casa de Pepe pertenece a unos alemanes. El hombre murió una noche de otoño. Y poco tiempo después le siguió su mujer. Ya no se contempla a través de la puerta de cristal aquella pared apenas enlucida, ni el mueblote oscuro con las fotos retocadas de soldados, señoras de postguerra y una imagen de Son Francinaina Cirer.

Tampoco brilla aquella luz tan mortecina, de 20 watios, que dejaba la mitad de la estancia en una especie de estado de transubstanciación. A medias entre la materia y el vacío, la realidad y el sueño. Y como fondo, la letanía monótona del rosario.

Hoy, las ventanas son de PVC, y al lado de la «llar de foc» reluce una estufa jotul. En lugar de «sa monja de Sencelles» se contempla un cuadro de pintura moderna. Y unas flores. Parece una foto de revista.

Muchas veces me he acordado de Pepe al circular por las carreteras del Pla. Hasta no hace mucho, todavía te cruzabas con algunos carros. Era casi un milagro, entre los todoterrenos de alquiler, los BMW de matrícula alemana, los cicloturistas con sus camisetas chillonas, las motos, allí estaba aquel «homo amb so matxo». Con otra medida del tiempo, otro sistema de valores, otra percepción del mundo.

¿Qué hubiera sentido Pepe ante tanto cambio? Si todavía siguiera en su silla, contemplando la calle. Ahora con muchos coches aparcados, lenguas extrañas, ruidos y músicas. Y muchos letreros de «se vende». ¿Qué habría dicho?

¿Qué hubiera sentido Pepe ante tanto cambio? Ahora con muchos coches aparcados, lenguas extrañas, ruidos y músicas

A veces, cuando llego a esa pequeña aldea del Pla, me coloco en su rincón. Y procuro imitar su gesto. Bajo los párpados, estiro el labio interior. Permanezco en silencio un rato. Escucho entonces el rumor de los árboles de enfrente, que se agitan detrás de un tapial. También los pájaros en los tejados, y ahora las golondrinas. Unas esquilas de oveja, el viento suave que atraviesa los «ullastres».

Y puedo entenderlo. Todo me dice que hay un sustrato invariable y real. Frente a él, lo extemporáneo son los coches rápidos y caros. Los problemas de aparcamiento, la prisa, la avidez por ganar dinero, la urgencia paranoica por encontrar un paraíso.

Puedo ver a tantos y tantos que transitan por encima de un mundo que no entienden, totalmente fuera de contexto, absurdos. ¿Qué pintan en la geometría sinuosa de «parets seques», higueras, cabras ramoneadoras? ¿Qué falta hace un motor capaz de alcanzar los 300 km/h si la carretera sigue siendo igual que hace cincuenta años?

Pepe estaba horas en silencio. Dejaba pasar el tiempo. Porque todo irá adonde tenga que ir. Mientras mira aquello que no se ve, porque allí se esconde la verdad de las cosas.

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